BAENA, ARISTOCRÁTICA Y MONUMENTAL
Manuel
Peláez del Rosal
Diario
Córdoba, 13.5.2017
El académico y poeta Juan Bernier, con
el título “Córdoba tierra nuestra” dio a luz en 1978 un bello libro hecho con girones
históricos de la capital y de los pueblos de la provincia. Situó a Baena en las
tierras de la Campiña y dedicó a esta localidad varios artículos ponderando su paisaje,
su nobleza y su vetusta arqueología. Sin embargo, le pasó desapercibida una
casona señorial en la que hemos reparado recientemente, tratando de comprender
su identidad, y su compostura, pues corona su fachada un escudo heráldico, en
el que se advierten de forma confusa sus cuarteles, y en su cima un aparente
sombrero cordobés. El turista o el paisano se pueden preguntar a qué responde
esta arrogancia y lo más seguro es que el asunto por lo errático no pueda tener
contestación.
Una
reciente colaboración congresual sobre un personaje baenense en tránsito entre
el Barroco y la Ilustración, fray Manuel María Trujillo y Jurado, que desempeñó
los oficios eclesiásticos de obispo de Albarracín y después abad mayor de
Alcalá la Real, nos ha dado la pista para deshacer el enigmático ornamento
heráldico.
En
el año 1802 acude el ilustre purpurado al escribano de la villa de Priego
Manuel Hoyo de Molina para contratar con el cantero y picapedrero residente en
ella, José de Lamas, la reedificación de su Casa Palacio de Baena, que habría
de utilizarla con sus familiares y domésticos en las temporadas y estaciones
que más le convinieren. Faltándole para su conclusión una portada deliberó para
su mayor decencia fabricarla de piedra, en consonancia con su magnificencia,
según el diseño que le había proporcionado don Antonio Monroy, maestro en el
arte de la arquitectura. Este cuerpo habría de ser de piedra cipia (caliza) de
la más blanca y mejor calidad que se encontrare en el término de la villa de
Zuheros o de Luque, y con la que siglos antes se había construido el mausoleo
de los Pompeyos de Torreparedones. La escritura precisa el importe de la obra,
cuantificada en 16.000 reales de vellón, que habrían de pagarse sin que el
artista hiciere ninguna gestión ajena al decoroso porte de Su Ilustrísima.
La
esbelta fachada de corte neoclásico quedó concluida a principios del año 1803 y
a partir de entonces adornaría la calle a la sazón llamada Llano del Rosario y
en la actualidad Plaza de Amador de los Ríos. Ha quedado una muestra gráfica
datada en 1905 y gracias a esta reliquia postal sabemos cómo fue el edificio
primitivo, porque entrada la segunda década del siglo XX, entre 1924 y 1925, se
acometió una profunda reforma con influencia del regionalismo sevillano de
Aníbal González, tal vez por alguno de sus discípulos o seguidores, que la
desnaturalizó muy sensiblemente. María Ángeles Jordano en su libro “Escudos de Córdoba y provincia en fachadas
y portadas” (Universidad de Córdoba, 2012) hace una somera descripción técnica,
particularmente en lo que atañe a la historia del escudo atribuyéndoselo al
obispo don Juan María Trujillo Ortega, como también hace Oscar Barea López, sin
ningún fundamento porque tal personaje no existió. Otros autores van mucho más
lejos afirmando que las armas del escudo se corresponden con las del obispo
cordobés Sebastián Herrero Espinosa de los Monteros (1822-1903), natural de
Jerez de la Frontera, con idéntica carencia de rigor histórico.
La
casa perteneció al abad Manuel María Trujillo, como declaró éste en su
testamento otorgado en 1810: “Tengo por bienes míos propios unas casas
principales… que he labrado y reedificado hasta ponerlas en el decente estado
en que se hallan… adornadas de muebles que son de mucho valor y primor”. El
escudo en cuestión estuvo colocado en el frontón del balcón principal de donde
se transfirió a la cornisa superior de la fachada en un frente avolutado en
cuyo centro destaca timbrado con el capelo abadengo, signo inequívoco de su
titularidad.
Fue
este abad un personaje discutido y discutible, franciscano díscolo, enérgico y
combativo con los cabildos municipales de Priego y de Alcalá la Real, con
algunos dependientes suyos, a los que reprendió
severamente sin miedo a las represalias, con varios miembros del santo Oficio
de la Inquisición y con jerarquías de hermandades que pugnaban por acogerse al
fuero civil más benévolo que el eclesiástico. El ilustre patricio murió en 1814
en la entonces villa de Priego, pero ordenó enterrarse pasado un año en el
convento franciscano de su patria chica, lo que se llevó a cabo finalizado el
plazo, y hoy su marmórea efigie se muestra arrodillada en la capilla de San
Diego de la antigua iglesia conventual baenense, evocando su azarosa vida con
sus luces y con sus sombras.
En
el palmarés de este baenense ilustre,
que sirvió a la Iglesia y a la Corona con desenfado, destaca haber sido el
fundador de las Casas de Misericordia para Niños Expósitos de Priego y de
Alcalá la Real, tras un largo proceso burocrático que al final hizo posible que
ambas localidades remediaran una carencia social y económica tangible, en una
época rica en miseria, cuando las luces del liberalismo comenzaban a encender
la antorcha de la razón.
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