domingo, 31 de mayo de 2020

Manuel Peláez del Rosal.- Epidemias, contagio y Hermandades (I)

EPIDEMIAS, CONTAGIO
Y HERMANDADES (I)

Manuel Peláez del Rosal

Cronista oficial de la Ciudad 
de Priego de Córdoba


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      El fenómeno de las epidemias en su más variada tipología ha sido y es una constante en la historia de la Humanidad. De su incidencia en Priego existen numerosas noticias más o menos alarmantes, desde finales del siglo XV hasta las dos muy graves del siglo XVII, la de 1650 y la de 1680.

Vamos a centrarnos en esta dos últimas y en los años precedentes inmediatos desde mediados del siglo XVI, ante el temor del azote, la gran mortandad y los estragos que pudieran ocasionarse a la población y  las adversas consecuencias demográficas y económicas.

La relación es la que sigue: 1568 (se guarde de la pestilencia de Sevilla); 1569 (la pestilencia que aflige a Cádiz); 1581 (se cerque la villa y se dejen cuatro puertas: la de la Red, la de Granada, la de san Marcos y la del Palenque o por encima de la Fuentes del Rey); 1582 (peste en Granada y otras partes, que se vuelva a cercar la villa); 1598 (peste en Bélmez, se cerque la villa y se pongan guardas en las puertas que se señalaren); 1599 (se pide al vicario y clerecía se digan tres misas solemnes a  los bienaventurados santos patronos de esta villa y abogados de la peste: San Sebastián, san  Nicasio y san Roque); 1600 (peste en Loja, se acuerda que se digan tres misas a los patronos y nueve cantadas a Nuestra Señora); y 1602 (se haga fiesta en la emita de san Sebastián a los tres patronos para que la libren de la peste).

Más avanzado el siglo XVII, en  el año 1623 se nombra patrón a San Antonio de Padua para que proteja a la villa de una plaga de gusanos y palomillas que hacían notable daño en frutas y legumbres. El guardián del convento de los franciscanos, fray Miguel de Bueros,  dispuso que se hiciese una procesión desde la iglesia mayor, monasterio de San Francisco y ermita de la Virgen de la Cabeza hasta el convento de las clarisas en donde se haría una particular rogativa.

En 1634 ante la enfermedad de garrote (hinchazón de la garganta) que causó gran número de víctimas se acordó hacer fiesta a san Blas. Años después en 1639 se acuerda hacer decir una misa cantada a Jesús Nazareno “por la salud del pueblo”. La villa advierte en 1645 de la peste de contagio de Antequera y Puente de Don Gonzalo (Puente Genil), y en 1649 se conviene hacer un novenario a San Sebastián para que no entre en la villa el mal del contagio que ya había inficionado otros lugares.

En el mes de abril de este mismo año, sin embargo, la enfermedad amenaza, y como ocurriera a finales del siglo XV “grandes bandadas de gente se vienen huyendo de lejos con niños en brazos”. No obstante por el alcalde mayor se adoptan en el mes de mayo diversas medidas de precaución, y entre ellas las relacionadas con el trasiego de ganado, cuyo pelo se consideraba transmisor de la enfermedad, prohibiéndose el comercio de seda, lana, lienzo y demás mercaderías con otras ciudades y villas –Castro del Río, Cabra y Carcabuey que también se habían infestado- albergar en casa a extraños y lavar la ropa fuera de las murallas y el contacto con oro, joyas y otros géneros contaminados, amén de la quema de los bienes existentes en las casas de los que se habían contagiado, bajo penas y multas considerables, incluida la del destierro. Dentro de estas medidas se incluyó preferentemente la incineración de los enseres de los vecinos muertos y la prohibición de la arriería a Málaga para traer pescado.

Lejos de remitir la epidemia el contagio se prolongó durante 1650 y gran parte de 1651. En el mes de  julio de este año se llegaron a juntar más de 200 personas y pobres de solemnidad en la enfermería situada en la calle Loja, y muchos más convalecientes en sus casas. Con los grandes calores se incendió el contagio. “La enfermedad va muy adelante”-se dice-.

Por fin, en 24 de agosto de ese año, tras la visita de los médicos y cirujanos –se conocen sus nombres, y entre ellos Francisco de Padilla, Francisco López Ortiz, Andrés de Ortega, Bartolomé Agustín Pérez de León, Juan Arias (éste enviado por el marqués-duque de Feria) y Jerónimo Soriano de Herrera- que habían asistido a los enfermos que permanecían en sus domicilios haciendo la cuarentena, se declaró la salud (el fin de la epidemia), al encontrarse todos ellos sanos, salvo algunos que padecían tercianas y cuartanas, acordándose  publicarla con júbilo con música de chirimías en la Plaza de la Puerta del Agua de la Panduerca.

Ante la colosal calamidad –oficialmente, achaque- no conocida anteriormente en semejantes casos,  el pueblo sin duda amedrentado colaboró aportando dinero, limosnas y bienes de su peculio particular- también lo hizo el marqués para cuidar de la curación de los enfermos- dada la precariedad de las menguadas arcas públicas por estar embargadas y empeñadas las alcabalas y los bienes de Propios y rentas y ser mucha la escasez de pan. Ante la súplica del cabildo, la Real Hacienda libró la no despreciable cantidad de 1.000 ducados con la que se remediaron muchas de las necesidades. Al boticario Lucas Sánchez se le abonaron 748 reales por la libranza de medicinas. La población de Priego en este tiempo rondaba los 2.000 vecinos, aproximadamente 9.000 almas.

En el imaginario colectivo esta impresionante calamidad cuyo punto álgido fue el año 1650 sería el origen de la hermandad de la Rogativa de Jesús Nazareno, que precisamente se constituiría de hecho con el número de 50 hermanos. La normalidad tardaría tiempo en llegar, pues la memoria de los estragos y sufrimientos estuvo patente durante más de 20 años en la mente de los que poco después, en 1654, acordaron hacer un novenario perpetuo a la bendita y milagrosa imagen de Jesús Nazareno, origen de las fiestas votivas de mayo.

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